¿Existen los milagros? ¿Rompen éstos las leyes de la naturaleza?
Un milagro es la violación de las leyes de la naturaleza; y mientras una firme e inalterable experiencia ha establecido estas leyes, la prueba en contra de un milagro, de la propia naturaleza del hecho, es tan completa como cualquier argumento de la experiencia que posiblemente se pueda imaginar.David Hume1
En su libro "La Travesia del Viajero del Alba" (The Voyage of the Dawn Treader), el autor C. S. Lewis envía a tres niños en un viaje épico al extremo oriental de su mágico mundo de Narnia. Aunque dos de los niños poseen una imaginación muy pródiga y se deleitan ante las maravillas que salen a su encuentro, el otro niño, Eustace Clarence Scrubb, es el producto de una educación “moderna” y solo trata con hechos, números y experimentación.
Antes del final de su viaje, los niños conocen a un mago llamado Ramandu, quien no es lo que aparenta. Aunque tiene la forma de un hombre, Ramandu es verdaderamente una estrella retirada. Cuando Eustace, quien se deja guiar por la razón, se da cuenta de esto, le explica a Ramandu que, en la Tierra, una estrella no es otra cosa que una bola de gas encendida. “Hasta en tu mundo, hijo mío”, contesta Ramandu, “eso no es una estrella, sino solamente de lo que está compuesta”.2
Un Universo Mecanizado
La ciencia ha trazado el mapa astronómico, separado los elementos del átomo y computado los valores numéricos de las fuerzas que unen a nuestro planeta. La revelación de las leyes invisibles de la naturaleza debe estar clasificada entre uno de los mayores logros de la humanidad. Aún así, ¿estos descubrimientos—tan importantes como lo son—penetran más profundamente en los misterios que radican en el centro mismo de nuestro universo…y de nosotros mismos?
Dicho de otra manera, sabemos de lo que están compuestas las estrellas, pero…¿realmente sabemos lo que verdaderamente son?
Casi todos creemos que vivimos en un universo mecanizado, uno que funciona conforme a las leyes de movimiento. Para muchas personas modernas, no hay sitio para un Dios personal en un universo organizado matemáticamente y de manera tan rígida.
En Orthodoxy, el autor G. K. Chesterton manifiesta su desacuerdo. Quizás, alega, Dios crea cada margarita de la misma manera porque nunca se ha cansado de crear margaritas. Quizás Dios, con entusiasmo de un niño, mira al sol cada mañana y dice: “¡Hazlo de nuevo!” Tal vez el apetito eterno de Dios se regocija en esa repetición bella que llamamos monotonía.
De Dónde Vienen los Bebés
Medio siglo después, C. S. Lewis abordó el mismo dilema de un punto de vista diferente en su libro Los milagros. Los críticos que afirman que nuestro universo, que funciona como un reloj de cuerda, es incompatible con la idea de un Dios personal; alegarán, en ese mismo contexto, que la única razón por la cual nuestros antepasados creían en milagros es que no entendían las leyes de la naturaleza. Por ejemplo, se dice que los primeros cristianos creían en el nacimiento virgen de Jesucristo porque no tenían el conocimiento moderno de los óvulos y la esperma.
No obstante, Lewis argumenta que esto es absurdo. José sabía de dónde vienen los bebés. Por eso habló sobre divorciarse de María cuando se enteró de que estaba embarazada; creía que ya no era virgen—una creencia general.
Efectivamente, solo podemos decir que algo es un milagro cuando conocemos las leyes de la naturaleza—es decir, si sabemos lo que el curso natural de los acontecimientos debería ser. En contraste con las leyes establecidas, los milagros no tienen significado alguno.
Es un argumento poderoso, pero parece arrojar a Lewis en los brazos de sus detractores. “Si las leyes de la naturaleza ya están establecidas y no se pueden quebrantar”, dicen, “y si los milagros, por definición, violan las leyes de la naturaleza, entonces los milagros no deben ser posibles”.
Y eso nos guía hacia el punto crucial del asunto.
Las Leyes de la Naturaleza Constituyen un Proceso
Lewis explica que las leyes de la naturaleza no definen un resultado, sino un proceso. No te dicen lo que debe ocurrir, sino lo que ocurrirá conforme al curso natural de los acontecimientos. Si alzara un jarro de porcelana sobre mi cabeza y después lo soltara, se caería al suelo y se rompería, conforme a la ley de gravedad—pero no que tiene que ser así.
Si, un segundo antes de hacer contacto con el suelo, metiera mi otra mano y lo recogiera, el jarro no se rompería. ¿He violado la ley de gravedad? Claro que no. Solo la he interrumpido al añadir un factor nuevo y extraño a la ecuación. Si lo soltara nuevamente, se caería y rompería.
Puede ser que los milagros no violen las leyes de la naturaleza. Tal vez graban un momento cuando la mano divina de Dios alcanza tocar nuestro mundo e interrumpe el curso natural de los acontecimientos—las interrumpe, no las quebranta.
Piensa en esto: cada persona que recibió un milagro de Cristo en Palestina, finalmente murió.
No Constituyen una Violación, Fino una Restauración
Los milagros, por tanto, no tienen que violar las leyes de la naturaleza. No obstante, ¿serán necesarios? ¿Serán los milagros realmente compatibles con la dignidad de Dios? ¿Por qué Dios intervendrá directamente cuando sería igual de conveniente para Él intervenir mediante las manos de un doctor o un científico?
En los Evangelios, Jesús hace milagros como una manera de probar que fue enviado por Dios.3 Sin embargo, ¿qué pasa en la actualidad? ¿Pueden los milagros revelarnos la naturaleza de Dios y de nuestro mundo?
Todas las personas, no importa cuál sean sus creencias religiosas (y no religiosas), viven atormentadas por el sentimiento de que este mundo debe ser mejor de lo que es. No obstante, ¿por qué nos sentimos así? Ciertamente el mundo—con la medicina moderna descubrimientos y progreso casi diarios—nunca ha sido mejor.
A menos que aceptemos lo que nos dicen los primeros tres capítulos de Génesis: En otras palabras, que nosotros y nuestro mundo fuimos creados a la perfección, pero como desobedecimos a nuestro creador, ahora tanto nosotros como la naturaleza hemos caído y estamos en estado de deterioro. La creación quedó “sujeta a la desgracia” es cómo lo describe el Nuevo Testamento.4
Si la Biblia está correcta sobre esto, deja abierta una posibilidad intrigante. Tal vez no es el milagro, sino nuestro mundo—con toda su muerte, su deterioro, sus enfermedades—eso es lo extraño e innatural. Tal vez un milagro no es una violación de las leyes de la naturaleza, sino un acto sublime durante el cual el Creador, en un momento breve y glorioso, restaura el orden original de su creación.
Los milagros producen alegría, no solo porque curan, sino porque nos dan un vistazo de qué pudo haber sido…y qué podría ocurrir todavía.