Hay tantas tragedias en el mundo. ¿Acaso Dios no quiere que seamos felices?
“Haz lo que te haga feliz,” se nos dice. “Tienes que asegurarte de ser feliz. Tu felicidad es lo más importante.”
En un artículo de la revista Time, los periodistas David Van Biema y Jeff Chu citaron una encuesta de la revista que indicaba que más de seis de diez cristianos encuestados expresaban una creencia de que Dios quiere que las personas sean prósperas. En la misma encuesta, 17 por ciento de los cristianos dijeron que se consideraban parte del “movimiento del evangelio de la prosperidad”—una expresión de la religión evangélica que enfatiza el deseo de Dios por la felicidad y prosperidad aquí en la Tierra.1
Este movimiento—conocido en sus variaciones de “Declaraciones de fe, salud y riquezas”, “Proclámalo y recíbelo” y “Teología de la prosperidad”—afirma como dogma central la creencia de que Dios nos ama y quiere que seamos felices. No quiere que experimentemos sufrimiento, enfermedad, pobreza, dolor o infelicidad.
Un Mundo Infeliz
¿Qué debemos pensar de esta aseveración? ¿Quiere Dios que seamos, ante todo, felices? ¿Es esa la meta que Dios tiene para nosotros en este mundo o tiene prioridades diferentes para los seres humanos?
El reclamo que se sustenta de que un Dios poderoso desea que los humanos seamos felices constituye un marcado contraste con la realidad. Solo mira los miles de millones de personas que sufren hambre y pobreza en nuestro mundo. Piensa de los que sufren enfermedades, adicciones y maltrato.
La teoría de la prosperidad también es contraria a lo expresado en las Sagradas Escrituras (la Biblia). Por medio de la narrativa bíblica, leemos relatos de hombres y mujeres de una fe y piedad sin límite, quienes sobrellevan un sufrimiento insoportable. A veces sus pruebas constan meramente del resultado de vivir en este mundo, pero en otras ocasiones, sus tribulaciones son el resultado directo de su fidelidad a Dios.
De hecho, los poemas y las canciones del libro de Salmos demuestran cuán “normal” es para el pueblo de Dios encarar dificultades. Jesus mismo sufrió torturas y murió como parte de su obediencia a Dios y al plan de Dios. Los relatos bíblicos sencillamente no denominan “la felicidad” como resultado, ni como meta o recompensa de tener fe en Dios.
Más que la Felicidad
Entonces, ¿qué es lo que Dios quiere para nosotros? Si no es la felicidad, ¿entonces qué es?
Los escritores bíblicos constantemente afirman que Dios da prioridad al carácter de su pueblo en vez de en su bienestar físico. Dios está más interesado en la clase de personas en las que nos estamos convirtiendo que en nuestro mero placer.
Para expresarlo de otra manera, Dios está más enfocado en nuestra santidad eterna que en nuestra felicidad efímera. Dios está convencido de que las circunstancias de nuestras vidas—inclusive nuestras luchas y nuestro dolor—se usarán amorosamente para moldear nuestras vidas y parecernos más a su Hijo, Jesucristo.
El apóstol Pablo, una de las figuras cristianas principales que sufrió en carne propia inmensamente por su fe—fue encarcelado, torturado y sufrió muchas privaciones2—escribió a sus amigos las siguientes palabras acerca de las experiencias “desdichadas” de su vida: “Y no sólo en esto, sino también en nuestros sufrimientos, porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza. Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado.”3
Pablo no entra a analizar su sufrimiento; reconoce que los momentos difíciles nos mejoran como persona, moldeándonos en personas perseverantes, de carácter luchador y de esperanza. Más que todo, Pablo deja claro que los momentos difíciles no significan que Dios nos ha dejado de amar o que ya no le importamos. Por el contrario, Dios usa amorosamente estas experiencias para moldearnos en personas en quienes se refleja su amor por la humanidad.
En efecto, Pablo continúa:
Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman… Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios,[c] ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.4
La Formación del Carácter
Lo anterior no quiere decir que Dios induce el dolor en las vidas de sus hijos, sino más bien que usa nuestro dolor y nuestras luchas para nuestro propio bienestar. Nuestras experiencias no son inútiles ni vanas.
A cierto nivel, esto hace mucho sentido. Si estamos bien interesados en desarrollar un carácter más sólido—en ser más amorosos, gentiles, amables, pacientes y fuertes—entonces debemos admitir que tales características no se desarrollan como resultado de los tiempos fáciles y cómodos. Tales virtudes nacen del crecimiento personal y espiritual que ocurren en los tiempos difíciles. Aprendemos poco cuando la vida es fácil—cuando estamos “felices”.
No obstante, ese aprendizaje no ocurre sin esfuerzo. Sería tan fácil—acaso más fácil—salir de las experiencias difíciles como una persona amarga en vez de una mejor persona. Es nuestra dependencia en la gracia y el amor de Dios durante esos tiempos difíciles la que hace que esas experiencias moldeen nuestra vida en vez de destruirla.
Alegría
¿Quiere Dios, entonces, que seamos “infelices”? No. De hecho, el vocabulario bíblico ofrece varias alternativas con las que “la felicidad” no se puede comparar.
Por ejemplo, Jesús le prometió a sus discípulos algo mucho más profundo que la felicidad: mediante su fe en Jesús y esfuerzo en permanecer en su amor bendito, los discípulos experimentarían una alegría completa.5
Según Pablo se empeñaba en vivir una vida santa con una relación con Dios—y sufrió mucho como resultado de ello—encontró satisfacción con la vida. Desde una cárcel en Roma escribió: “…he aprendido a estar satisfecho en cualquier situación en que me encuentre. Sé lo que es vivir en la pobreza, y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de sobra como a sufrir escasez. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.”6
Sentirse Bendecido
Algunas de las personas más alegres y satisfechas que he conocido han sido seguidores de Jesús que entendían que no importa las circunstancias de la vida, ellos se sentían verdaderamente bendecidos. Presentaban heridas de las experiencias de la vida, pero, aún así, sentían que Dios los amaba. Y no hubieran considerado cambiar su “santidad” por mera “felicidad” aunque hubieran podido hacerlo.
Del mismo modo, es bastante fácil encontrar hombres y mujeres que, al parecer, lo tienen todo en cuanto a comodidades materiales—lo que el mundo les dice que los debe hacer felices—pero quienes no sienten esa satisfacción plena que solo la proporciona la felicidad auténtica. Me pregunto si considerarían un intercambio.
La Eternidad
“Pues Dios nos salvó y nos llamó a una vida santa”, dice Pablo, “no por nuestras propias obras, sino por su propia determinación y gracia.”7 Perseguir esta santidad nos otorga algo mucho más duradero que la felicidad terrenal temporal. Recibiremos vida eterna en comunión con Dios. Nuestras emociones son volubles; nuestra felicidad, efímera, pero la eternidad con Dios no tiene precio.
“Considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros”, dijo Pablo.8 La felicidad terrenal no es el objetivo final; la eternidad con Dios es el objetivo supremo.